viernes, 27 de agosto de 2010

O punto e coma: ese grande incomprendido.


Un texo de Miguel Ángel Román para os románticos que todavía credes que os signos de puntuación son matices imprescindibles da lingua escrita:

Réquiem por un punto y coma

El universo de las palabras sería un caos, y no un cosmos, sin los pequeños artefactos que representan los signos de puntuación. Cuando nuestros ancestros comenzaron a construir la escritura como plasmación física del pensamiento humano, toparon con una piedra de difícil instrumentación: trasladar a símbolos la prosodia, la cadencia con que las palabras gotean y el ritmo que producen sobre el oído virtual del lector.
Entre los infinitos mecanismos posibles, algunas lenguas optaron por una solución bastante parca: señalizar poco más que pausas y silencios, dejando al intérprete la peligrosa responsabilidad de reconstruir, con sólo estas indicaciones, la entonación de la que el amanuense intentó dejar constancia.
Pese a ello, el empeño viene funcionando con aceptable eficacia; además, cuenta con la ventaja de que reduce la representación a dos sencillos grafismos: el punto y la coma; mas, como pronto parecieran insuficientes, se les unió la combinación de ambos.
El punto y coma, por tanto, es un híbrido, como ya su propia extravagante grafía presupone. Tradicionalmente se le define como el representante de una pausa mayor que la que implica la coma pero menor que aquella que establece el punto. Tal definición –así estandarizada en decenas de textos de gramática– dejaría al estupefacto escribiente en la tesitura de tener que cronometrar hasta el milisegundo cada instante de mutismo; y aún así, de arriesgarse a emplear en la práctica tan ambigua norma, inevitablemente chocaría con casos frontera, en los que le fuera imposible decidirse entre la coma y el punto y coma o entre éste y el punto redondo. Peor lo tendría el lector que quisiera demostrar su pericia en la interpretación del texto, valiéndose de un estricto metrónomo mental que le permitiera revelar a su audiencia a qué símbolo corresponde cada ínterin como si fuera un virtuoso percusionista ante una retorcida partitura.
En realidad, y prescindiendo de la apariencia gráfica del signo, el punto y coma tiene personalidad propia y usos precisos e insustituibles; pero, lamentablemente, éstos son frecuentemente desconocidos, lo que provoca su cada vez más exigua presencia hasta el punto de que hay muchas voces que consideran que está “en desuso”.
Como no puedo sino estar en desacuerdo con lo antedicho, les traigo a continuación las normas de uso elemental de esta “especie en extinción”.
El más inequívoco empleo del punto y coma es para enmarcar los fragmentos de la oración cuando ya se usan comas para un nivel inferior, como sucede en la soberbia rima de Bécquer:
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso… yo no sé
qué te diera por un beso.

También allí donde separe frases con una ligazón semántica fuerte (por ejemplo: causa y consecuencia) que el punto rompería dando una falsa sensación de independencia entre ellas. En este caso, muchas veces puede sustituirse por los dos puntos; Antonio Machado decidió usar ambas opciones en estos versos:
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.

Igualmente, ante conectores del tipo “pero”, “aunque”, “sin embargo”, “en consecuencia”, “por tanto”, etcétera; especialmente, cuando la oración subsiguiente tenga una cierta longitud y sobre todo si ésta utiliza comas en su desarrollo, como sucede en este conocido fragmento de “El Quijote”:
“… se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio.”

Estos usos, y otros más o menos similares, nos llevan intuitivamente a una regla algo más en consonancia con las normas de estilo, donde se nos sugiere que el punto y coma es el candidato ideal allí donde la coma se hace insuficiente o reiterativa, o donde el punto supondría una inaceptable ruptura en la continuidad del pensamiento.
Por lo demás, no hay riesgo inminente de que la silueta del punto y coma desaparezca de nuestros teclados; al contrario, los lenguajes informáticos han hecho de él uno de sus tokens predilectos. Pero ya que está ahí, démosle también en el lenguaje humano, el lugar que se merece.
Miguel A. Román | 28 de agosto de 2006

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