
Es inaudita la cantidad de metáforas que, a
lo largo del tiempo, han prosperado en torno al acontecimiento de la lectura.
Vemos cómo sin un parpadeo se la compara con una aventura, una conversación
con los muertos —ahí es nada—, un viaje fabuloso, una casa confortable
o tétrica, una ventana abierta al mundo, una llave capaz de desvelar los
misterios más insondables... Por otra parte, su defensa se ha sustentado
también en una colección soporífera de afirmaciones tan falsas
como contundentes: «Quien no lee no piensa», «Quien no lee no
puede ser libre», «Quien no lee no alcanza a comprender el mundo»,
«Quien no lee lleva una vida triste»...
Y es así como
se ha ido conformando una deplorable mitificación del acto de leer. De
hecho, sospechamos que cuantas más metáforas se utilicen para hablar
de la lectura, menos se dirá de ella. ¿Queremos decir con ello que
el discurso elaborado sobre la lectura durante estas décadas constituye
un inmenso mar de palabras en un desierto de ideas? Sin duda, pero no sólo. Víctor Moreno
Harold Bloom.
"El libro que enseña y conmueve es además ahora el mensajero de nuestra voz
y la defensa para pensar en libertad."
José Luis Sanpedro (1917). Valor de la palabra.
«Sólo hay dos cosas que pueden cambiar realmente a un ser humano: un gran amor y la lectura de un gran libro»
(Paul Desalmand)
“El tiempo para leer es siempre tiempo robado. (De la misma manera que lo es el tiempo de escribir o el tiempo de amar)”
(Daniel Pennac)
(Como una novela. Bogotá: Norma, 1996)
Ignat Bednarik
"Que otros se enorgullezcan de las páginas que escribieron; yo me siento orgulloso de las que leí."
(Jorge Luis Borges)
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